11/27/2023
Nochebuena/Navidad: 24 y 25 de diciembre de 2023
por el Rev. Dr. Neal Presa

En las frecuentes ocasiones en que mi difunta abuela materna se quedaba a dormir en casa los sábados por la noche, era su voz: "Hora de ir a la iglesia. Hora de levantarse" que me despertaba de la cama para prepararme para el ritual semanal de unirme al pueblo de Dios para el culto y la comunión. Entre semana, cuando era joven y hasta ahora, era el sonido atronador del despertador el que anunciaba el amanecer. Cuando visito a mis abuelos paternos en Filipinas, a eso de las 5:30 de la mañana, es el sonido del gallo cantando, "Cock-a-doodle doo" el que despierta a la familia. barangay (pueblo en tagalo) para empezar el día. Para mis primos varones y para mí cuando crecíamos, y luego para mi hermana y para mí cuando ella nació, saber que era la mañana de Navidad y la perspectiva de bajar corriendo al árbol era suficiente para despertarnos.
¿Qué te despierta? ¿Qué despierta hoy al pueblo de Dios a la realidad de que el Salvador del mundo ha nacido y nace en nuestros corazones, y está aquí y ahora, y gobierna y reina sobre las naciones, y es el Señor del cielo y de la tierra y de todo y de todos en ella, aunque las condiciones y circunstancias que nos rodean parezcan decir lo contrario?
El Salmo 98 habla en el estruendo del mundo declarando que el Señor es victorioso, que la victoria decisiva del amor de Dios sobre todas las potestades y principados es completa y eso significa que debe haber canto, pero no cualquier canto. Es un canto nuevo, tanto en grado como en especie. En grado, porque el canto debe ser más fuerte, más profundo y más amplio debido a la amplitud del amor de Dios y de la victoria de Dios. En el sentido de que el canto es extraordinario porque surge de la restauración, la renovación y el renacimiento. Cada vez, cada día que somos conscientes del amor de Dios, cuando volvemos a despertar a la presencia y al poder de Dios, cuando somos perdonados, cuando somos sanados, esas son ocasiones para un nuevo tipo de canto que la última vez que se cantó una canción de alabanza, porque la nueva o renovada condición adquiere un nuevo fervor, una ardiente pasión debido a esa oración contestada, a una pérdida que fue consolada, a una decisión guiada por la sabiduría, a una herida que fue sanada. Fíjate en el grado y el tipo de canto y regocijo que se produce: en los versículos 4-6, el salmista convoca a la tierra y luego a las trompetas musicales; es una sinfonía orquestal de seres humanos en colaboración con la creación de Dios. Luego, en los versículos 7-9, se lanza de lleno sobre la creación de Dios: el mar, el mundo, las inundaciones, las colinas, la tierra. Y todos proclaman, in crescendo, que la rectitud de Dios, la justicia de Dios está aquí; los agravios serán enderezados, los oprimidos serán liberados.
El mundo vuelve al principio con estas palabras iniciales del Evangelio según San Juan: "En el principio era el Verbo...". Esto remite al Génesis: "En el principio, Dios". No hay mejor punto de partida que volver al principio. No se trata de retroceder en los anuarios del instituto para tener nostalgia del pasado o revivir de algún modo la propia infancia; se trata de recalibrar nuestras vidas hasta el núcleo de lo que somos, de volver de dónde, o de quién procedemos. La Palabra hecha carne, que es luz, a través de la cual vino toda la creación, Aquel rechazado por los suyos, Aquel que es recibido no por voluntad humana sino por la voluntad de Dios - ese exhibe la gloria, la gracia y la verdad de Dios. La rectitud de Dios, la justicia de Dios, el amor inquebrantable de Dios no son entidades, ni mercancías, ni filosofías, ni buenas ideas, ni buenos valores. Todos ellos están encarnados en la persona de Jesucristo: en quién es, en lo que hace y en lo que dice. Él es a la vez el principio, el fin y todo lo que hay en medio, el Alfa y la Omega.
Eso es lo que anticipamos hoy y todos los días: la amplitud del amor inquebrantable de Dios, la profundidad y la longitud de Dios, que en Jesucristo nos devuelve al principio de lo que es la vida, de lo que somos: hijos de Dios, en quienes el Verbo se ha hecho carne.